Archivo mensual: septiembre 2016

El Profesor de Música y La Caja de la Risa en el El Santa Regina.

Aquellos años 70

Aquellos años 70

El otro día en el autobús había un hombre que parecía sudamericano pero que curiosamente me recordó a un profesor que tuve que no era sudamericano, sino del País Vasco. De repente una catarata de recuerdos inundó mi mente y me vi llegando al colegio Santa Regina a mis 8 turbulentos años. Antes, cuando era más pequeña todavía, mis padres me inscribieron en uno de los mejores colegios de Madrid. Era un colegio sensacional, creativo e innovador. Teníamos clases de música, de baile además de todas las otras enseñanzas como aprender a leer, sumar etc. Me encantaban las clases de dibujo y todas las cosas artísticas que allí se enseñaban. Me gustaban los profesores, todos menos la de gimnasia que me obligó a hacer el pino y me di de cabeza contra el suelo así que me dejo incapacitada para apreciar las maravillas de esa asignatura para el resto de mi vida. Todo era fantástico, todo menos la comida y mi dificultad para relacionarme con los otros niños. Pero por si no tenía bastantes problemas dada mi timidez y mi falta de costumbre a compartir mis juegos con los miembros del sexo masculino, sufrí bulling por parte de un pequeño monstruo hijo de un famoso abogado y escritor (a ese colegio iba la flor y nata de la sociedad española del momento) que decidió convertir mi vida en una auténtica pesadilla. Duré dos años y poco más ya que dado mi lamentable estado psíquico, mi madre decidió que era mejor cambiarme de colegio, así que acabé en un modesto colegio que daba a la parte de atrás de mi casa y cuando salía al recreo mi abuela y mi madre podían verme desde la terraza.

Santa Regina era un pequeño colegio que tenía tres clases: los pequeños, los medianos y los mayores. Estaba regentado por dos sensacionales profesoras la Señorita Otilia y la Señorita Emma.  Creo recordar que en la clase de los pequeños había otra profesora, pero eran claramente las dos mencionadas anteriormente las que llevaban las riendas de la peculiar institución. La Señorita Otilia era gruesa y de buen carácter y se dedicaba a enseñar letras y la Señorita Emma era muy delgada y nerviosa y enseñaba ciencias. Cuando llegué ahí a mitad de curso no fue fácil, era una niña mimada y traumatizada al mismo tiempo así que la Señorita Otilia y la Señorita Emma hicieron todo lo posible por integrarme, lo que tengo que reconocer, fue una ardua tarea. Mi clase era la de los mayores y abarcaba todos los cursos desde los ocho años a los trece, después había que ir al instituto. Allí conocí a las que serían mis mejores amigas de la infancia Tina y Blanca y a las que lo fueron en la infancia y lo han seguido siendo después, Ana y Arantxa. Pero eso fue más tarde, al principio eran las profesoras las que en cierta medida animaban a mis pobres compañeras (también había chicos pero estaban claramente en minoría) a seguir mis fantasiosos juegos como uno que inventé en el que todas éramos monstruas con nombres tan sugerentes como horripila de las nieves  y nos escribíamos cartas que narraban  nuestras monstruosas aventuras llenas de fantasía. No teníamos jardín, ni patio, ni nada que se le pareciera cuando salíamos al recreo, sino que había un espacio semi protegido porque era una amplia zona que daba a la parte trasera de varios edificios y formaba como un cuadrado. Dado que el espacio era extenso muchos coches iban allí a aparcar .En la puerta de nuestro colegio había una señal de prohibido aparcar que nadie respetaba y eso sacaba de quicio a nuestras queridas profesoras, sobre todo a la señorita Emma que no dudaba en insinuarnos que si a algún niño se le ocurría deshinchar las ruedas de un coche, lamentablemente ellas no podían hacer nada para evitarlo. Un día apareció un hombre furibundo que quería pegar a uno de mis compañeros al que pilló in fraganti y la señorita Emma se enfrentó al hombre indicándole la señal de prohibido aparcar y avisándole de que como se atreviera a tocar a ese pobre angelito llamaría a la policía. La señorita Emma era todo un carácter. Ana y yo al principio no nos llevábamos muy bien y un día ella nos castigó a quedarnos cuando se acabó la clase. Recuerdo que Ana y yo la acompañamos al cuarto de baño porque ya nos íbamos a marchar y cuando la veíamos peinarse Ana le soltó de repente: ¡Qué coqueta! Y acabamos riendo las tres. También le hice alguna que otra perrería a la pobre señorita Emma. Había una tienda que tenía artículos de broma y uno de ellos era un líquido que si lo ponías en una silla primero se te enfriaba el culo como si lo metieras en un congelador y después te ardía como si te sentaras en una estufa, recuerdo hasta el nombre del endiablado producto: fluido glacial. No sé cómo me atreví, pero le puse el líquido en la silla y todos nos reímos mucho, menos ella, claro está. En otra ocasión, mi tío me trajo de Alemania una caja de la risa; era un artilugio de plástico metido en una colorida bolsa, el artilugio tenía un botón y cada vez que lo tocabas se oían carcajadas sin parar hasta que tocabas de nuevo el botón. Pobre señorita Emma, oía carcajadas mientras escribía en la pizarra, se daba la vuelta y las carcajadas desaparecían como por arte de magia, por supuesto acabé castigada  pero nos reímos un montón. Con todo esto parece que yo, realmente, era un pequeño monstruo como en mi juego de fantasía, pero en realidad aunque no era una alumna deslumbrante, más bien del montón, me esforzaba mucho y estudiaba. Nuestras clases eran muy curiosas porque por ejemplo la señorita Otilia llegaba a la clase y decía, esto es para los de segundo y los cuatro o seis alumnos de segundo escuchaban mientras los demás hacían ejercicios o un dibujo o lo que tocara.

La religión era importante en esa época y creo recordar que de vez en cuando venía un cura y nos daba clase de religión. A él casi no le recuerdo, pero lo que sí recuerdo son los libros en donde se contaban las historias de santos y santas. Creo que después de eso no he leído nada más gore en toda mi vida. Qué atrocidades, gente asada como cochinillos en parrillas, miembros amputados, gente devorada por leones como parte de un macabro espectáculo, santas con los pechos rebanados a cuchillo, en fin…luego llegabas a casa y en la tele ponían dos rombos para que los niños no estuvieran expuestos a las memeces que la censura consideraba oportunas. Afortunadamente en mi casa eso de los dos rombos se lo pasaban por el forro, dado que generalmente eran obras fabulosas de los mejores escritores, ya que en TVE había muchos profesionales como en mi familia, empeñados en que el buen teatro era algo importante para sacar a nuestro país de su atraso y su incultura.

Había varios acontecimientos religiosos y era divertido por el simple hecho de que era fiesta. En mayo poníamos una virgen en una esquina de la entrada del colegio y la adornábamos con innumerables flores, luego cantábamos una cancioncilla que empezaba: “venid y vamos todos con flores a María, con flores a porfía, que madre nuestra es”. Nunca entendí lo de porfía  ¿qué o quién diablos era esa tal porfía?; quizá la canción decía otra cosa y yo la aprendí mal. Éramos un sólo un grupillo de niños pero nos creíamos el coro de la filarmónica. Orgullosos de elevar nuestra voz a esa virgen rodeada hasta la asfixia por flores blancas de largos tallos que tenía poderes mágicos para conceder deseos y que nos amaba a todos como si fuéramos sus propios hijos. También se celebraba la Navidad y había mucha excitación. Recuerdo una Navidad, especialmente en la que organizamos una obra de teatro, la típica escena de la virgen y San José llegando al portal de Belén con los reyes magos, etc. Yo me empeñe en que tenía que ser la virgen aduciendo argumentos como que era rubia y tenía el pelo largo y que tenía que ser yo y se acabó. Mimada e insistente como era, lo conseguí, fue divertido, sobre todo el final porque elevamos a las alturas a un compañero de clase que irónicamente se llamaba Jesús y representaba al ángel que mira candorosamente y protege al niño Jesús desde las alturas, conseguimos subirle, a pesar de que no estaba muy convencido, a un montaje que hicimos colocando dos mesas de la clase a cada lado, unas encima de las otras y a modo de puente otra en el centro. El estaba subido a la del centro pero no se sabe como perdió el equilibrio y cual ángel divino salió volando junto con las mesas convirtiendo la escena en un caos total. No le paso nada, ya se sabe, los niños son de goma. Pudo haber sido una tragedia pero como no paso nada nos reímos mucho. En el recreo, en ese descampado del qué hablado antes y que nosotros cariñosamente llamábamos la plazoleta vivíamos en un mundo lleno de juegos y diversión. A veces se jugaba al churro y digo se porque yo lo odiaba, pero me gustaba jugar a los juegos de hacer cuadrados en el suelo y mover la piedra con el pie, nosotras, sobre todo jugábamos las niñas, le llamábamos jugar a la piedra, o al avión. También se podía patinar porque la plazoleta estaba en una cuesta y a cada lado de la plaza la superficie era la misma que la de las aceras, no era así en el resto de la plaza que era de tierra, una tierra que a veces se convertía en barro y en la que podías jugar al divertido juego del clavo, al que por alguna extraña lógica que desconozco se jugaba con un destornillador. Se hacía un cuadrado en el suelo se lanzaba el destornillador y cada uno iba acotando el espacio dejando para el siguiente menos y menos superficie. Simple, pero apasionante. Saltar a la cuerda, jugar a la goma, un sinfín de actividades que implicaban ejercicio físico, jugar en equipo, competición, todo un aprendizaje que para mí fue más importante que las clases en donde algunas de las cosas que nos enseñaban, a principios de los años 70 todavía  eran puro material fascista recomendado especialmente a los profesores, y sino pobres de ellos.

Volviendo al inicio de mi historia, yo debía tener unos diez años y un día la señorita Emma apareció entusiasmada diciendo que iba a venir un profesor de música para dar clases de guitarra como actividad extra escolar que además era guapísimo. Nos apuntamos varias alumnas con la esperanza de aprender el noble arte del rock and roll a la vez que nos deleitábamos con la belleza de ese profesor que prometía ser un Adonis. Cuando llegamos a la clase con nuestras flamantes guitarras casi se nos caen al suelo, nos sentamos en las sillas y pasamos la mayor parte de la primera clase conteniendo la risa. El profesor, no recuerdo su nombre era un hombre súper amable y encantador pero el pobre no podía ser más feo. Podría tener unos cuarenta años, extremadamente delgado, con una incipiente calvicie, una nariz aquilina muy prominente y unos ojos pequeños y oscuros. Llevaba unos zapatos con una punta exagerada y vestía camisa y pantalón oscuros. Total, la risa y la decepción se mezclaban a partes iguales en nuestros cerebros, cuando la cosa se puso todavía peor, nuestro supuesto adonis de la modernidad se empeñó en enseñarnos temas tan actuales como «Desde Santurce a Bilbao…» No salíamos de nuestro asombró, pero «Alea jacta es», no había remedio. A pesar de todo era un buen profesor, no se puede decir  que estuviera a la última pero su dedicación era total y aunque sus canciones nos aburrían enormemente, por lo menos aprendimos los acordes básicos para poder tocar las canciones que nos gustaban por nuestra cuenta.

Y así, en el colegio Santa Regina fue como mi vida cambió radicalmente, comía en casa las deliciosas comidas que me preparaba mi abuela; ¡Ay esas croquetas de autentico pollo, las albóndigas deliciosas y de vez en cuando los canelones hechos a mano con las sobras del cocido…! Poco a poco mis amistades se fueron reforzando y pasaba horas y horas al teléfono con mis amigas, con la consiguiente irritación de mis padres que no entendían porque llamabas a tus amigas nada más llegar a casa, si acababas de verlas. Mi barrio estaba en el centro-norte de Madrid y estaba considerado como un buen barrio así que mi colegio no estaba mal pero no era un colegio de élite como del que tuve que marcharme. Eso me enseñó una lección para toda la vida. Lo primero, tener buenos amigos, aunque sea pocos es una de las cosas más importantes de la vida y segundo pero no menos importante, da igual donde estés, si no recibes cariño y respeto, vete. La vida está llena de sorpresas.

Agosto 2016.

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