Lo primero, gracias por seguirme. No estoy muy prolífica y últimamente no publico mucho en el blog. Tengo un proyecto, una novela que me está costando un gran esfuerzo. Supongo que entre subidas y bajadas de moral, algún día la terminaré.
En cuanto al año 2023, no me puedo quejar, de hecho, viendo como esta el mundo con todos sus horrores, mejor no hacerlo.
Esta foto pertenece a mi infancia, como habréis podido imaginar. Vivía con mi abuela en Barcelona, mientras mi madre luchaba en Madrid para hacerse un hueco en RTVE. Lo consiguió y a los seis años mi abuela y yo viajamos a Madrid y mi vida cambió por completo. El principio fue muy duro, sufrí acoso escolar y me tuvieron que cambiar de colegio, pero poco a poco me fui adaptando.
De Barcelona sólo tengo buenos recuerdos y mucho amor de mi familia materna. Ese amor me ha servido para superar momentos difíciles y me ha ayudado a ir siempre hacia adelante. Prueba de ello es intentar escribir una novela a mi edad después de: haber sido actriz, dirigido teatro, dado clases de inglés, creado una revista con mi marido y haber rescatado algo así como treinta gatos a lo largo de mi vida. Es muy importante que l@s niñ@s sean muy queridos, sobre todo cuando son pequeños. Eso les ayudará para siempre a luchar por sus sueños, aunque estos se frustren una y otra vez.
Espero que tengáis un año genial y la energía para llevar a cabo todos vuestros proyectos.
No te lo vas a creer pero es que yo todavía no salgo de mi asombro. No sé por qué me pasan cosas tan extrañas cuando voy a votar. Fíjate, la vez que fuimos Jonathan y yo a votar para las elecciones europeas, encontramos un gatito maullando desesperado en unos jardines cerca de casa, escondido entre las plantas. Era en primavera, Jonathan se marchó a casa en seguida. Dijo que no había problema en que nos lo quedáramos, pero como habíamos estado trabajando toda la noche estaba cansado. Yo me quedé allí casi una hora oye, no sabes lo que me costó cogerlo. Era gris, atigrado y precioso, bueno sigue siéndolo, atigrado y precioso también, pero ahora es enorme. Es un buen gato pero el pobre tiene asma. Tengo un buen recuerdo de esas elecciones por Shakespeare, es que el gato se llama así porque acabábamos de terminar una revista que iba sobre Shakespeare. Pero como decía, no me puedo creer lo que me ha pasado esta vez, en estas elecciones, de verdad te digo que me he quedado pasmada. Jonathan vino para acompañarme, él solo puede votar en las municipales. Pues como te decía, salimos de votar y entramos en un bar cerca del colegio, el mismo colegio que en las europeas. El bar estaba lleno, es un bar de esos que en verano tiene mesas fuera y es muy cómodo, ya sabes, pero que por dentro el espacio de la barra es muy reducido. En realidad las mesas para comer ocupan casi todo el bar. Conseguimos acercarnos a un hueco que había en la barra y pedimos dos mostos. Jonathan últimamente tiene un poco mal la rodilla y mire a ver si había alguna banqueta libre. Entonces vi, que detrás de un hombre que estaba de espaldas, había una banqueta con un móvil enchufado a un cable, así que supuse que lo estaba recargando. Le dije: Perdona. Se giró y al girarse me fijé, no sé por qué, que encima de la barra tenía una carpeta de Vox. Mira, cuando vi la carpeta un escalofrío me recorrió la espalda y se me erizaron todos los pelos de mi cuerpo como a los gatos. Aun así, con una sonrisa le pregunte si por favor podía quitar el móvil para poder usar la banqueta.
Bueno, bueno como si le hubiera dicho acabo de descuartizar a tu padre o algo parecido. Primero me dijo un no contundente, oye. Viendo el panorama y que llevaba unas gafas negras, de noche, en un bar, pensé dejémoslo correr porque este tío está de la olla. Vale -le dije. Pero te crees que eso le hizo parar, no señor, casi se vuelve loco y me empieza a decir que para que use yo la banqueta la usa el y que no le da la gana de mover su móvil de la banqueta porque él la había cogido y no sé cuántas locuras más. Un tipo de unos treinta y tantos, bajito y patético pero peligroso. No sé si tendría problemas con su mujer, que la pobre estaba a su lado muerta de vergüenza intentando calmarle, casi en susurros. Hubo un momento al principio cuando se giró y vio a Jonathan, que vale, ya no es un chaval pero sigue teniendo los hombros de un jugador de rugby, que parecía que el tipejo se iba a cortar, pero ya sabes cómo es Jonathan. Él tranquilo, bueno la verdad es que más que tranquilo estaba alucinado, no entendía nada. Llame a la camarera y le dije: Mira por favor, no me traigas los mostos. Estaba tan alterada que hubiera estrellado la cara de ese energúmeno contra la barra pero le dije a la camarera, en voz alta, para que me oyera todo el mundo: Nos vamos porque este hombre nos está molestando y ofendiendo. Nos dimos la vuelta y el hizo un gesto lleno de rabia con su mano como cuando se aparta a las moscas y dijo: Pues ala adiós. Nos fuimos. Puede que fuera un gesto cobarde, pero, de verdad que ese tío no estaba en sus cabales. Cuando salimos del bar le dije a Jonathan: ¿te imaginas lo que nos espera si algún día gentuza así llega al poder? Pero él no lo entiende, simplemente piensa que ese hombre era un loco pero yo les conozco bien, ya sabes, gente así venía al instituto con bates de beisbol para abrir cabezas. En fin, ya ves que cosas más raras me pasan en las elecciones.