Hubo una época en mi vida en la que iba a castings. Castings, casting y más castings.
En la calle Pizarro había una escuela de baile con preciosas salas llenas paredes con espejos y suelo de parquet y olor a madera. Esas salas las alquilaba TVE para que los actores de los Estudios 1, novelas y otras producciones, pudieran ensayar. Cuando era pequeña acompañaba a mi madre y me empapaba de toda esa cultura que luego aparecería mágicamente en esos primeros aparatos de televisión en todos los hogares españoles en los años 60 -70. Me encantaban esas habitaciones enormes y los actores, que primero sentados en un círculo en el centro de la enorme sala y luego de pie incorporando algunos movimientos e intenciones, iban convirtiendo las palabras escritas en un guión, en algo vivo y lleno de emoción. Las bailarinas correteaban por los pasillos con sus tutus y sus zapatillas de baile y se respiraba creatividad y excitación por todas partes. Allí había un personaje que era como el guardián de las llaves del castillo que organizaba las salas y tenía todo bajo control, Rufino. Rufino era amable y peculiar, no era alto pero era muy robusto. Debía tener entre treinta tantos y uno de sus ojos estaba medio cerrado, siempre estaba alegre y en sus horas libres se dedicaba a la carpintería. De hecho, recuerdo que en algún momento hizo una librería para mis padres e imagino que no sería la única. Me encantaba ir a las salas de ensayo de la calle Pizarro.
Años más tarde cuando decidí ser actriz, también estuve ensayando allí. Un día me enteré de que había un casting en Pizarro y fui allí llena de optimismo, al fin y al cabo estaba como en mi casa, aunque claro estaba muy nerviosa cosa que solía ocurrirme cada vez que iba a un casting. La prueba era para un programa juvenil y llegué algo tarde. Parecía que ya no había nadie pero al final conseguí encontrar a una persona que estaba dispuesta a escucharme y darme la soñada oportunidad. Le explique a toda velocidad, casi sin respirar, quien era y que estaba dispuesta a trabajar duro y no sé cuántas cosas más. Me dijo si podía hacerme unas fotos, dije que por supuesto aunque me pareció algo curioso, pero a veces te hacen fotos cuando vas a un casting, así que no le di importancia. Salimos a la calle y me hizo las fotos, no recuerdo si fue la persona con la que estuve hablando o si había algún fotógrafo. En fin, cuando terminamos le pregunté si me avisarían tanto si me elegían como si no y me miró con extrañeza – ¿Si te elegimos para qué? – yo empecé a ponerme un poco nerviosa. – Pues para el programa o para hacer más pruebas – El hombre sonrió, creo que no se puso a reír a carcajadas para no humillarme. Marina, me dijo, soy un periodista y estoy haciendo un reportaje sobre las chicas que os presentáis a este casting. Me quedé sin saber qué decir, me sentí francamente estúpida. Por descontado os podéis imaginar que no hice la prueba, la gente que hizo el casting ni siquiera se enteró de que había estado ahí. Al final eligieron a Miriam Díaz Aroca que se hizo bastante famosa, merecidamente, lo hacía muy bien. El reportaje que me hicieron lo conservo y es muy gracioso si lo leéis comprobaréis cómo a pesar de mi inocencia pasmosa y mi desastrosa organización del tiempo saqué algo positivo ya que el reportaje salió en varios dominicales y ahí estaba yo intentando salir adelante en mi incipiente carrera como actriz.