Dedicado a Ana Adarraga y su fantástica librería ALIANA que hoy se ha convertido en la mejor librería de libros de cocina de Madrid y que en mi adolescencia fue mi segundo hogar.
Al día siguiente me acerque a la librería, los cristales del escaparate y la puerta estaban rotos, así que para proteger lo que quedaba, enviaron a una pareja de “grises”, es decir policías que por esa época vestían uniformes de color gris. Me asusté un poco porque eran ellos los que corrían con sus porras en las manifestaciones detrás de nosotros, los estudiantes, en aquella época. Poco a poco, vista la situación me fui relajando, ya que Pati el más revolucionario del grupo estaba sentado con otros amigos en una banqueta jugando al mus con los policías. Me quede muy sorprendida, por el tono amigable y cuando los policías se despidieron, no recuerdo si venía otro relevo o cuál era la situación, Pati hacía bromas con uno de ellos sobre la porras que ambos tenían y me asombré de la osadía de Pati enseñando al policía la porra que tenía para defenderse de los “fachas”. Como se acercaba Navidad y Ani tenía que vender para poder recuperar su librería, decidimos que los enemigos de la cultura no podían ganar, así que como guerreros bajo juramento para proteger la cultura, la libertad y ayudar a Ani, que tanto nos había dado, contra tan enorme injusticia, nos pusimos manos a la obra. Primero había que rescatar todos los libros que estuvieran en condiciones y guardarlos en alguna parte y dejar la librería vacía para poder hacer los arreglos pertinentes y pintarla, así que José ofreció un piso que sus padres tenían vacío y empezamos a llevar los libros con unos carros que nos dejaron el supermercado. Había montones y montones de libros y tardamos un par de días creo, pero no recuerdo muy bien. Poco después, los vecinos del piso de abajo se quejaron de que se les estaba hundiendo el techo y tuvimos que buscar otra solución. El cura que se encargaba por aquel entonces de una iglesia que había cerca de la librería, no eran todos reaccionarios, ofreció un espacio dentro de la iglesia y tuvimos que coger todos los libros del piso, y llevarlos a una parte de la iglesia, en la sacristía, donde estarían sanos y salvos. Fue una etapa preciosa, todos unidos en una misión, que Ani pudiera vender libros en Navidad, o por lo menos para los Reyes Magos. Muchos días cuando terminábamos de ayudar, nos íbamos todos a casa de Ignacio y jugábamos juegos de mesa no sé si era el Trivial, el Risk o cual, (maldita memoria) y escuchábamos discos de Les Luthiers entre otros hasta las tantas de la noche, porque además como estábamos de vacaciones era más fácil. Yo tenía algunos problemas con mis padres porque llegaba tarde a casa, así que eso lo solucionaba quedándome a dormir en casa de Ana y Arancha. Pati también se quedaba y aunque por entonces tenía 24 años era tan niño como nosotras que teníamos 16 o 17. Allí jugábamos a las cartas, y a un juego bastante tonto que nos encantaba. Uno se ponía en medio con un sombrero y dos a los lados tenían que tirarlo. No me acuerdo de las reglas pero era divertido y nos dormíamos a las tantas de la noche siempre intentando no despertar al padre de Ana que se ponía de un humor terrible cuando le despertábamos. Otras veces nos íbamos al parque con un par de litros de cerveza, pipas y patatas de la patatería, que entonces afortunadamente era legal, y ahí charlábamos y discutíamos de política. Había ideologías de izquierdas para todos los gustos, socialistas, anarquistas, troskistas, comunistas… Yo me quedaba embelesada escuchando, todos habían leído tanto y sabían tanto, pero mis simpatías se inclinaban hacía la anarquía y sobre todo me identificaba con la idea de que la cultura es imprescindible y que si todo el mundo tuviera educación y cultura no haría falta un gobierno. Un poco inocente con lo del gobierno, si, pero sigo pensando que a una sociedad con educación y cultura no se la puede engañar tan fácilmente. A veces cuando estábamos en el parque Juan, el hermano de Pati que era camionero, por gusto, y amaba a su camión con el alma decía – Bueno chicos, me voy que va a pasar el Talgo de Barcelona. Y desaparecía. Un día que estuve en la casa de sus padres, donde vivía y descubrí que tenía una habitación con todas las vías de tren inimaginables. Era la maqueta más extraordinaria que he visto nunca con sus trenes eléctricos, estaciones, en fin era una auténtica pasión y él lo vivía como si fuera el jefe de estación de ese pequeño mundo que se había creado. Era feliz y siempre estaba alegre. Cuando llegaba a la librería te veía y te daba un manotazo, cariñoso en la espalda. A mí me llamaba Clarita porque decía que le recordaba al personaje de dibujos animados de la serie de Heidi. Fue una de las pocas personas que me escribió una carta cuando murió mi madre y fui dejando el momento para contestarle, luego ya era tarde y lo siento, porque se lo agradecí mucho en mi corazón. Pero volviendo a la librería ¿sería posible reconstruir esa librería, tal como la veis en la foto o por lo menos conseguir volver a vender para no tener que cerrarla?