Adoro Donosti, todas las veces que he ido allí he sido feliz. Ya había estado allí de adolescente cuando fui invitada a Ondarribia junto a otras amigas a casa de ML, también había estado actuando en el teatro. La gente del Pais Vasco siempre me ha gustado por su mezcla de amabilidad y franqueza. Mi querida A, madre de mis eternas amigas de la infancia es de allí y gracias a ella siempre tuve el deseo de conocer Donosti, cuando fui por primera vez no me defraudo, y las veces que estuve después me enamore de esta hermosa ciudad llena de luz y de vida. Así que cuando empecé a salir con Nick, mejor dicho a convivir porque nos conocimos compartiendo piso, pensé que sería un buen sitio para Nick, que prácticamente no conocía España, para pasar unas pequeñas vacaciones. Encontramos sitio en un hostal que regentaba una mujer muy amable que se llamaba Olimpia, jamás me olvidaré de su nombre por lo original que me pareció. Recuerdo que era morena, cariñosa y fuerte. La habitación era una buhardilla en una zona cerca del centro que recordaba a los cuadros de los impresionistas parisinos y resultaba muy romántica. Tuvimos suerte de encontrar habitación ya que era la semana de fiestas pero éramos jóvenes y una chispa de aventura era un aliciente más para el viaje. Creo recordar que eran las fiestas de la Semana Grande así que la idea era ver algunas cosas que nos interesaban y también dejarnos llevar por la diversión. Hace mucho tiempo de esto y aunque tengo muchos recuerdos están algo inconexos. Hay cosas que recuerdo gracias a las fotos como la visita al Peine de los Vientos de Chillida. El día era soleado pero el viento era tan fuerte que casi tenía que agarrarme para no ser arrastrada por él. Paseos por la playa y sobre todo las noches llenas de jolgorio y montones de gente por la calle bebiendo y comiendo los famosos pinchos vascos que son absolutamente deliciosos, conseguí llevar a Nick a un bar donde para mi hacen los pinchos de Champi más deliciosos del planeta, y digo conseguí porque no sabía dónde estaba, ni como se llamaba. Una noche estábamos recorriendo las calles yendo de tapas y zuritos, que es como allí se llaman unos pequeños vasos de cerveza que corresponden a media caña, cuando empezamos a oír un estruendo como fuegos artificiales, nos acercamos y vimos a unos jóvenes cubiertos de piernas para arriba con un disfraz de toro en cuyos cuernos había bengalas que escupían fuego a diestro y siniestro. Corrían persiguiendo a todo el que se le acercaba y todo el mundo chillaba y huía muerto de risa. Por el otro lado de la plaza parecían oírse más fuegos artificiales que resultaron ser manifestantes huyendo de los botes de humo disparados por la policía. Nos quedamos pasmados viendo como estas dos realidades coincidían en el espacio y en el tiempo. Nos alejamos un poco y luego nos fuimos a la playa a ver los fuegos artificiales que fueron espectaculares. Seguimos paseando y cuando todo el bullicio había terminado, cuando ya no había nadie, nos acercamos al rompeolas y allí nos cogimos de la mano y nos quedamos en silencio escuchando el ruido de las olas rompiendo contra las rocas, sintiendo el viento que nos acariciaba y viendo la espuma del mar dibujando formas imposibles sobre el agua se me llenaron los ojos de lagrimas al poder disfrutar de tanta belleza y de poner compartirla con mi alma gemela, en silencio. Cuando volvimos a Madrid Nick pinto para mi este precioso cuadro, y entonces me di cuenta de que él había sentido lo mismo.
Marina Mayo 2013