También lo intenté con el tenis para la desesperación de mi amiga Ana, que con infinita paciencia intentaba enseñarme como darle a la pelota mientras estaba en el aire. No lo conseguí y a otra cosa mariposa. Menos mal que el bádminton no se me daba mal, por fin algo que me podía hacer sentir la deportista que siempre había soñado ser; claro que sólo tenía oportunidad de practicarlo en Vilassar de Mar cuando iba de vacaciones, así que mi carrera en el mundo del bádminton no auguraba un futuro prometedor.
Bueno, en realidad, no todo han sido desastres en mi camino hacia la superación deportiva. Como os dije antes, estuve a punto de ahogarme a los cinco o seis años y eso me impidió aprender a nadar durante muchos años. Pero a los doce años, pasando el verano en casa de mis amigas Tina y Blanca en Galicia, veía como ellas, sus hermanos y sus primos (una familia muy numerosa) iban a nadar a una zona fuera de la playa, llena de rocas y se lo pasaban genial. Un día no pude más y pensé, me tiro y se acabó, o salgo de aquí nadando o me ahogo porque ya no puedo más. Y lo hice, me tiré y aprendí a nadar, se me clavaron varias rocas y me sangraron las piernas, pero lo conseguí. Esta vez Apolo me permitió una victoria, pero para mí una de las más importantes, porque si caes al agua y no sabes nadar, te ahogas, así de simple.
A los trece años también estuve a punto de tocar el cielo de los deportistas. Cuando cerraron el colegio Santa Regina casi todos los que estudiábamos allí nos fuimos a un colegio que acababa de abrir en Pozuelo, el Liceo Sorolla. Ahí estaba ella, la profesora de gimnasia más fabulosa que he conocido. Nos llevaba a correr por el monte y nos estimulaba constantemente para mejorar y superarnos día a día. Más que gimnasia, las clases de Carolina eran de atletismo y ahí descubrí que también era bastante negada en esta vertiente, pero no en todo, era relativamente buena en el salto de vallas y eso subió mi moral por lo menos diez puntos. Me encantaba el salto de vallas, lástima que tuve dejar ese colegio al año siguiente para intentar entrar en el instituto sino seguro que hubiera conseguido ser buena en esta especialidad. Me sentía como un caballo de carreras, llena de energía y optimismo. Nunca he olvidado a Carolina y su capacidad para conseguir que alguien como yo, la negación del deporte en persona, disfrutara de practicarlo.